Más del 60% de las últimas voluntades las hacen mujeres
El testamento vital suele ser redactado por una persona que ha visto de cerca el deterioro de un allegado al final de su vida o por un cuidador
Es poco frecuente que quienes no han estado tan cerca de los últimos momentos de la vida se decidan a hacer el testamento vital. En toda España se registraron hasta julio 382.158 últimas voluntades (232.587 de mujeres y 136.441 de hombres). Son 8 por cada 1.000 habitantes. En otras palabras, no llega a un 1% de la población.
El testamento vital es un documento que sirve para explicitar las instrucciones que deberán tenerse en cuenta cuando el estado de salud no permita expresarlas, especialmente en lo relativo a tratamientos médicos y al posterior destino de cuerpo y órganos. El modelo que tiene preparado la asociación Derecho a Morir Dignamente, que puede servir como referencia, expresa: “Si en el futuro mi salud se deteriora de forma irreversible, hasta el punto de perder el uso de mis facultades para solicitar la eutanasia y prestar mi conformidad sobre los cuidados y tratamientos que deseo recibir, el mayor beneficio para mí es finalizar mi vida cuanto antes”.
Con la aprobación de la ley de la eutanasia hubo un pequeño impulso a estos registros, pero no acaban de despegar. Juan García, neuropsicólogo clínico de la Associació de Familiars d’Alzheimer de Barcelona (AFAB), relata que todavía es frecuente que se presente una limitación por aspectos religiosos: “Muchas personas todavía se plantean que va en contra de sus convicciones; prefieren que la muerte les llegue cuando les tenga que llegar y no quieren realizar nada por escrito”.
Como los demás consultados, coincide en que el vivir de cerca un deterioro cognitivo lleva a muchos a dar el paso: “La mayoría son mujeres porque son mayoría de cuidadoras. Pero también veo a parejas en las que uno de los componentes se está deteriorando y dan el paso juntos. O a chicas o chicos jóvenes que tienen a sus padres deteriorándose”.
La única comunidad autónoma que está cerca de llegar al 2% de la población con sus últimas voluntades hechas es Navarra, por delante del País Vasco (1,7%) y Cataluña (1,3%). A la cola se sitúan Extremadura (0,2%) y Castilla-La Mancha (0,4%). Uno de los secretos, cuenta Geno Ochando, es facilitar el trámite: “Además de hacerlo en el registro o en el notario, para lo que la persona tiene a menudo que desplazarse y contar con tres testigos, hemos habilitado a los trabajadores sociales de los centros de salud, así que es más sencillo y rápido”.
Además de esta facilidad burocrática, detrás hay una tradición de “formación y sensibilización de los profesionales sanitarios y la ciudadanía” en torno a cómo morir y las decisiones que se han de tomar antes de ese momento. “Redactar un documento de voluntades anticipadas requiere realizar una reflexión previa sobre sus objetivos y sus consecuencias. La información y la ayuda de profesionales de salud, y de otras personas cercanas y de confianza, sean sanitarias o no, nos pueden ser de utilidad en esa reflexión”, señala. Este mismo mes de septiembre, el Gobierno foral ha puesto en marcha una campaña para continuar concienciando a su población, con el lema Porque para las decisiones importantes sobre el final de mi vida, yo decido elegir.
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario