domingo, 3 de marzo de 2024

Sobre el pavoroso silencio de lo doméstico...

El dolor vecino

Nos esforzamos en no implicarnos con nuestro entorno. Es algo intuitivo, una defensa egoísta propia de la gran ciudad


ISTOCKPHOTO / GETTY IMAGES




Debo confesar que hace mucho tiempo que me da miedo asomarme a los periódicos. No creo ser la única persona a la que le sucede; en mi caso, eso sí, el temor ha ido empeorando. Puede que la realidad sea cada vez más inhóspita, pero además es probable que yo vaya estando más blandurria, más frágil. También es natural. Contra lo que se suele pensar, estoy convencida de que cuando somos adolescentes poseemos una resistencia casi pétrea, pese a la facilidad con la que se llora en esa época (siempre por uno mismo: es una edad egocéntrica). Y es en la madurez tardía o en la vejez cuando el pellejo se te afina, cuando llueve sobre mojado porque ya has visto o vivido muchos dolores, cuando te conviertes en una princesa que ya no soporta el mínimo bulto de un guisante.


Y ni siquiera estoy hablando de los grandes horrores (Gaza, Ucrania, Sudán…) sino de sucesos más menudos, de un desconsuelo cotidiano que a veces se desborda. El otro día coincidieron estas dos historias: un hombre de 56 años, Carlos, quiosquero jubilado, sufrió un accidente doméstico y falleció, y su madre, una mujer incapacitada de 87 años de la que él cuidaba, murió en su cama de hambre y sed sin poder pedir ayuda. Los descubrieron, por el olor de la descomposición, casi un mes más tarde. Vivían en pleno Madrid y Carlos era el presidente de turno de la comunidad de vecinos. Que nadie se percatara antes de su ausencia me deja anonadada. Si esta noticia-guisante no te ha causado ya suficientes moretones en el espíritu, te cuento otra que venía al lado: en Petrer (Alicante), a las 7.30 de un día lluvioso y helador, un hombre se encontró con un bebé de 18 meses que caminaba solo por una de las calles del extrarradio. Estaba descalzo y desnudo salvo por el pañal y lloraba llamando a su madre. La policía localizó a la familia y al llegar a la casa encontraron indicios de consumo de estupefacientes. El niño quedó bajo la tutela de la abuela materna.


Aparte de que, como ya he escrito en algún artículo, la pesadilla de la droga parece estar volviendo, estos dos casos me resultaron especialmente demoledores por su proximidad doméstica y por nuestra ceguera. Los ancianos que mueren sin que nadie se dé cuenta no son novedad, por desgracia. Lo mismo que los niños maltratados ante la indiferencia de los vecinos. Pero se diría que la frialdad social está en aumento. Por todos los santos, ¡pero si el quiosquero era todavía bastante joven y entraba y salía! Y, aun así, no lo vieron. Mea culpa: me temo que yo tampoco miro lo suficiente alrededor. Creo que nos esforzamos en no implicarnos con nuestro entorno. Es algo inconsciente, instintivo, una defensa egoísta propia de la gran ciudad. Demasiadas preocupaciones tengo, demasiado trabajo, ya cargo con mis obligaciones afectivas, mi familia, mis amigos, no voy a liarme la vida con los desconocidos. Nos sobra la gente. Nos molesta.


En 1980 pasé seis meses en Inglaterra mientras escribía una novela. Recuerdo que me impactaron los anuncios televisivos de una campaña gubernamental: si ves que se acumulan las botellas de leche o el correo en la puerta de tu vecino, actúa, decían. Y también: acostúmbrate a llamar de cuando en cuando a las personas mayores de tu calle o tu edificio para ver cómo están. Los mensajes me dejaron pasmada por la atomización social que reflejaban. Y me sentí superior porque en España eso no ocurría. Desde entonces ha transcurrido casi medio siglo; en 2018 la situación había empeorado tanto en Gran Bretaña que crearon un Ministerio de la Soledad y, en cuanto a nosotros, creo que podemos decir que nos hemos integrado plenamente en la tóxica modernidad del no ver, no hablar y no escuchar.


Es el pavoroso silencio de lo doméstico: una oscuridad que se agolpa al otro lado de las paredes de tu casa y de la que no queremos saber nada. A veces la ignorancia es fácil porque los compañeros de edificio son, en efecto, callados. Viejos que tienen la trágica elegancia de morirse solos con discreción. Pero en otras ocasiones hay ruidos demasiado inquietantes, niños y perros que lloran durante horas o días, escandaleras de golpes y de gritos, y yo diría que ni siquiera ahí, por lo general, hacemos algo. Qué vergüenza. Nos espantamos por la matanza de la lejana Gaza (que sin duda hay que hacerlo), pero no somos capaces de interesarnos por el dolor vecino.



lunes, 26 de febrero de 2024

Arquitectura hostil para los sin techo...

‘Pay and sit’

La Fundación Arrels llena sus redes sociales de ejemplos de arquitectura hostil que dificulta la vida a los más de 1.300 ‘sin techo’ de Barcelona



Una joven toma una foto de elementos hostiles en Barcelona, en un estudio colectivo de la Fundación Arrels.
ALBERT GARCIA




Las ciudades —menos Nueva York— también duermen. El madrugador, ya sea para sacar el perro, para correr o por imperativo filial, tiene a su alcance el lujo de verlas despertar. Presenciar como poco a poco se activa el tráfico, se levantan algunas persianas, y los primeros trabajadores toman un café rápido antes de arrancar. Los hogares encienden la luz, como espasmos sincronizados, y el olor a cruasán recién hecho asoma por cualquier esquina mientras los empleados municipales adecentan las calles.


En la intemperie, otro tipo de vida también amanece. Sacos de dormir que se remueven, una mano que asoma, un gorro que se cae al desperezarse, y el resto de la persona que emerge, con los ojos hinchados de una noche incómoda. El día empieza tempranísimo, por obligación. O se levanta, o no tardará en llegar la policía para recordarle que no puede seguir durmiendo en la calle. La jornada no debe comenzar con ese banco, ese soportal o ese parterre ocupado.


“¿Funcionaría esto en tu país?”, escribe una cuenta de X llamada Momentos Virales, con más de un millón y medio de seguidores. En la imagen, se observa un banco de madera en un parque, con pinchos metálicos que impiden sentarse. Hasta él llega un hombre, maletín en mano, que introduce una moneda de 50 céntimos en la ranura metálica de la pata derecha. Los pinchos bajan, y el señor, encamisado, se sienta, bebe un poco de agua, se come una manzana y ojea un diario… Hasta que una tenaz alarma le avisa que se le ha acabado el tiempo. Sin olvidar su ajada cartera marrón, el hombre se levanta y acepta parsimonioso que el tiempo en su banco privado ha acabado.


Las respuestas al tuit se dividen entre los que creen que en su país lo robarían (“le sacan las monedas, desarman la banca y la venden por partes”), los que aseguran que no valdría para nada porque el mundo está lleno de pícaros (“Le pones una tabla encima y ya”), los que consideran que es un abuso que les cobren aún por más cosas (“No den ideas, si ya se pagan muchos impuestos. ¿Otro más? NO”), y quienes le ven fallos al invento (“¿Qué pasará cuando un niño se haga daño?”). Solo unos pocos se indignan ante la iniciativa de privatizar un banco en un lugar público (“Eso me parece muy capitalista”).


De manera recurrente, el banco de Fabian Brunsing, Pay and Sit. Private bench, vuelve a X por alguna de las numerosas cuentas que postean curiosidades descontextualizadas y esperan a que se hagan virales. El artista y fotógrafo alemán lo creó en 2008, como crítica del uso del espacio público en una sociedad en la que todo está en venta. Solo algunos usuarios de X detectan que es también una solución cruel para que los sin techo no tengan donde descansar. “Arquitectura hostil”, escribe uno de ellos.


Pero el banco privado de Brunsing no está tan lejos de la realidad. La cuenta verificada Masssimos tuitea un asiento de una ciudad de Japón, con varias crestas intermedias simulando un dinosaurio. Los seguidores no tardan en reprochar la “manera muy mona” de evitar que se tumben personas sin hogar. Estaciones de metro sin asientos, bancos metálicos redondos, más bancos individuales que de varias plazas, reposabrazos intermedios… X recoge numerosos ejemplos. “Le llamaremos arquitectura hostil porque cabrones miserables no queda bien”, considera una usuaria.


Desde hace una semana, la Fundación Arrels, que trabaja ayudando a las más de 1.300 personas sin techo que viven en Barcelona, cuelga en sus redes sistemas variopintos para impedir el descanso en la calle. Es el resultado de un estudio colectivo en la ciudad de Barcelona y otros municipios catalanes, en el que han implicado a más de 400 estudiantes, escuelas y todo aquel que haya querido sumarse. Han elaborado un mapa público con un millar de ubicaciones de la arquitectura hostil de una sociedad insensibilizada que olvida que la mayoría está más cerca de dormir en la calle que de comprarse un yate.




domingo, 25 de febrero de 2024

Sobre violencia de género...

La herida inacabable

Mujeres violadas como botín de guerra, mutiladas genitalmente, encerradas en Burkas... ¿Qué les pasa a estos hombres?



FINE ART IMAGES / HERITAGE IMAGES / CONTACTO





Las mil y una noches es uno de esos libros-mundo en donde cabe todo. Un texto en el que te podrías quedar a vivir. Sus 3.000 páginas escritas colectivamente a lo largo de casi un milenio son un espejo de lo humano, de manera que además de amor y humor, épica y lírica o reflexión moral e ingenio, hay una cantidad considerable de crueldad. Por ejemplo, a los ladrones les cortan las manos y luego cauterizan el muñón con aceite hirviendo, y los visires pueden ser crucificados por cualquier nimiedad. Pero con las mujeres es el acabose. Por todas partes las degüellan, patean, apalean, narcotizan, azotan, esclavizan, raptan y, cómo no, violan de manera habitual. Es esto, lo habitual de esa violencia, la normalidad con la que el libro la expone, lo que nos da una idea de la inacabable herida que ha supuesto ser mujer a lo largo de la Historia. Víctimas de tanto durante tanto tiempo.


Pero en Las mil y una noches también hay partes muy feministas. El gran Juan Vernet, arabista y traductor del libro, sostenía que esos fragmentos eran cuentos originados en Indochina, un país de cultura más matriarcal. Yo creo que además, y sobre todo, deben de ser textos escritos por mujeres, como tantas otras obras anónimas de la literatura universal. Y así, estoy convencida de que detrás del bellísimo cuento-marco de Las mil y una noches hay una mano femenina. Recordemos la trama: Sah Zamán, rey de Samarcanda, descubre que su mujer lo engaña con un esclavo y, tras ejecutarlos a los dos, se va a visitar a su hermano mayor, Sahriyar, rey de las islas de India y China, en cuya corte descubre que su cuñada también es infiel. Anonadados, los dos hermanos se van a vagar por el mundo. En una playa ven a un efrit, un genio maligno, con un baúl en la cabeza. El efrit abre el baúl, del que sale una mujer bellísima, y se echa a dormir. Entonces la dama descubre a los dos reyes y los “obliga” a hacer el amor con ella, so pena de despertar al genio. Después coge sus anillos y, tras añadirlos a un collar en el que ya hay 570 sortijas, explica que el efrit la ha raptado y la mantiene prisionera, pero que ella se venga haciendo el amor con todos los hombres que encuentra. Los reyes se quedan horrorizados, pero no porque el genio haya secuestrado y viole a su capricho a la joven, sino porque ella es una mala redomada y perversa. En consecuencia, Sahriyar regresa a su corte odiando a las mujeres de tal modo que, tras ejecutar a su esposa y su amante, decide desflorar todas las noches a una virgen y degollarla al amanecer. En esta atroz rutina se pasa tres años, hasta que apenas quedan doncellas en el reino. Entonces Sherezade, la inteligentísima hija del visir, se ofrece voluntaria. Lo demás ya se sabe: los hermosos cuentos que inventa la muchacha atrapan de tal modo al rey que no la mata. Tras pasar mil y una noches de conversación y tener tres hijos, Shariyar se ha enamorado de ella y Sherezade, además de convertirse en la patrona de los escritores, ha conseguido curar el espantoso instinto asesino del rey, su misoginia criminal y patológica.


Que es la misma atroz patología que tantos hombres han mostrado a lo largo de los siglos. Sé bien que la mayoría de los varones no son así, pero en determinadas épocas y culturas han sido y son silenciosos y pasivos cómplices, y en cualquier caso el volumen de los enfermos misóginos es históricamente demasiado elevado como para no horrorizarse. Mujeres violadas como botín de guerra, mutiladas genitalmente, encerradas en burkas, carentes de derechos. ¿Pero qué les pasa a esos hombres? ¿Cuál es la dolencia que abrasa sus cerebros? ¿Por qué este odio salvaje e incomprensible? Todos ellos nacieron de vientre de mujer, y sin embargo han ido perpetuando la inacabable herida. El ensañamiento demencial de Shariyar. La absurda y feroz enemistad de género. No lo entiendo. He pensado en todo esto, una vez más, al ver esas imágenes brutales del tipo que agredió a una decena de mujeres en el metro de Barcelona. Y al que, por cierto, los mossos dejaron en libertad al principio (otra cosa también inexplicable). Ojalá la magia de Sherezade pudiera curar a esos tarados. Pero creo que sería más eficaz que los muchos hombres de corazón blanco que hay en el mundo asumieran como suya, porque lo es, la causa de detener a Shariyar. De educar y neutralizar a los energúmenos. Os lo pido, os lo ruego.