viernes, 17 de enero de 2014

En agosto de este año, el equipo de fútbol americano de los Broncos de Denver fichaba a un jugador universitario llamado John Moffitt. Su prometedora carrera profesional arrancaría la siguiente temporada con un salario de dos millones de dólares al año. Pero en noviembre el joven anunciaba víaTwitter que dejaba el deporte. En pleno estado de shock, la buena gente de Associated Press decidió entrevistarle para descubrir sus motivaciones. ¿Una lesión fatal? ¿Miedo a volar? ¿Coinciden los partidos con las reposiciones de Friends? ¿Su madre no quiere que duerma en hoteles? Nada de todo eso. Moffitt lo dejaba porque algún desalmado colega le había dado para leer obras de Noam Chomsky y el Dalai. Lama El joven había visto la luz. El mundo del deporte profesional, pervertido por las corporaciones, viciado por la enfermiza competitividad, no era para él. No iba dedicar una década de su vida a eso que pensadores del calado de Adorno o el propio Chomsky, han calificado como una actividad destinada a anestesiar a la sociedad: el deporte. Ya saben, se puede salir de la droga, pero salir del deporte es casi imposible. “No tiene sentido arriesgar tu cuerpo, tu mente y te felicidad solo por ganar dinero. No necesito ser millonario”, declaró Moffitt. ...

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