jueves, 9 de noviembre de 2023

Sobre yates y cayucos...

¡Qué lástima!


CECILIA FABIANO (LAPRESSE)





Supongamos que tiene usted una embarcación de recreo con cerveza fresca y vodka helado en la nevera. Imaginemos que echa el ancla en medio del océano para tomar un aperitivo con las personas con las que comparte la travesía. De vez en cuando, se cruza con un velero lleno de gente guapa y se saludan alegremente unos a otros agitando en el aire sus gorras de marineros de boato. En esto, pasa junto al barco un ataúd y luego otro y otro, de modo que la superficie del mar se convierte en un extraño tanatorio al aire libre.


Lo de los ataúdes es una exageración. Los muertos que viene tragándose desde hace años el Mediterráneo van a cuerpo. Si acaso, cuelgan de sus miembros podridos o de sus osamentas desnudas algunos harapos que, como jirones de piel, han sobrevivido a la acción corrosiva del agua salada y a las mordeduras de los peces. Total, que a usted y a sus amigos se les ha estropeado el aperitivo. Lo más probable es que rechacen comerse esa lubina a la brasa recién pescada que quizá se haya alimentado de los cuerpos de los cientos o miles de migrantes náufragos.


Estamos exagerando, claro. Exagerando relativamente, añadiríamos. En el primer plano de la foto vemos precisamente una embarcación de recreo que se ha cruzado con un cayuco lleno de precadáveres. Se miran los unos a los otros como preguntándose:


—¿Por qué yo no soy uno de los del yate?


O bien:


—¿Cómo me he librado yo de ser uno de los del cayuco?


Es un misterio que los seres humanos, pareciéndonos tanto, seamos a la vez tan desiguales. Pero esto es lo que hay, qué lástima.


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