miércoles, 3 de mayo de 2023

El postureo moral: qué es y cómo evitarlo


JAIME RUBIO HANCOCK


 Buenas:


Lo vemos cada día en Twitter. Peor, en el Congreso. Lo ha hecho el presidente del Gobierno. Lo ha hecho tu mejor amigo. Pero tú también has caído en ese error, el error de intentar proyectar una imagen de perfección moral y de exagerar tu indignación frente a un tema en el que, seamos sinceros, no había para tanto. O había para tanto, pero nosotros no estábamos tan indignados. Solo queríamos que se nos viera así. Muy enfadados. Para que nadie sospechara que no somos de los buenos.


Eso es el postureo moral. Y deberíamos evitarlo. Aunque esto igual es postureo moral sobre el postureo moral.



El postureo moral es la traducción (propuesta por el filósofo Antonio Gaitán) de “moral grandstanding”, un concepto acuñado por los pensadores estadounidenses Justin Tosi y Brandon Warmke. Este término, que también se puede traducir por “exhibicionismo moral”, hace referencia a los discursos exagerados e hipermoralistas que se hacen con la intención de señalar afinidad o pertenencia a un grupo. Es decir, para señalar que somos “de los buenos” y para que se nos reconozca como moralmente respetables.


Ejemplo: cuando alguien pasa de opinar que “ese sketch de la Virgen del Rocío me parece de un gusto regulero” a tuitear entre lágrimas que la televisión catalana vuelve a insultar a todos y cada uno de los andaluces, y a todos y cada uno de los católicos. ¿Es que ya no se respeta nada? ¿Es esto una declaración de guerra? ¿Es lo peor que ha pasado desde Hitler? ¿Es incluso peor que Hitler porque, al fin y al cabo, Hitler lleva casi 80 años muerto? Yo creo que sí, que ese sketch es peor que la Alemania nazi porque ellos al menos tenían buenas autopistas. ¿Cuántas autopistas ha construido TV3? Exacto, ninguna. Nazis 1 - TV3 0.


En el postureo moral hablamos de discursos con una indignación impostada o fuera de tono, como en este ejemplo parcialmente exagerado. El objetivo no es exponer razones, alimentar un debate o llegar a acuerdos con los demás, sino que los interlocutores (o seguidores en redes sociales) puedan ver que estamos en el bando que consideramos correcto. Y, a veces, señalar a quien está en ese bando contrario. Es exhibición y no debate.

No se trata, por ejemplo, de mostrar preocupación por un tema (un gag televisivo, la situación de los inmigrantes, los alquileres…), sino de dejar claro que nadie se preocupa por esos temas tanto como nosotros.


Esto no es algo ni nuevo ni que solo pase en redes sociales. Hay políticos, tertulianos, columnistas y autores de boletines que practican el postureo moral desde siempre. Pero en Twitter es más fácil verlo.


En redes encontramos más acciones que nos parecen censurables que en persona. A lo mejor un día vemos a un vecino que no recicla, por ejemplo, pero en Twitter o en Instagram podemos encontrarnos con multitud de errores y faltas de cualquier parte del mundo sin ni siquiera movernos del sofá. Y además es más fácil mostrar nuestra indignación: tuitear es muy sencillo. Encararnos con el vecino, no tanto.


Pero no todo es postureo e incluso el postureo puede ser sincero. A lo mejor de verdad ese tuitero está preocupadísimo por los inmigrantes o por la virgen del Rocío. Aun así, Tosi y Warmke advierten en su libro de que esta actitud es peligrosa para el debate público, porque lo contamina y lo polariza.



Cómo funciona el postureo


/ ID-WORK (GETTY IMAGES)


El postureo moral tiene varios mecanismos:


- A ver quién la dice más gorda. Por ejemplo, alguien puede decir que un político debería disculparse por unas declaraciones. En ese momento llega un segundo y dice que no, que lo que debería hacer es dimitir. Y el tercero otro dice que eso le parece poco, que a la cárcel. Y el siguiente ya menciona la posibilidad de aplicar la pena de muerte.


- Señalar problemas donde nadie los ve, o donde nadie los veía. El tuitero en cuestión lo que hace es darse cuenta de algo en lo que nadie se había fijado hasta entonces porque él está especialmente preocupado con este tema. Mucho más que los demás, que son unos tibios. Por poner un ejemplo concreto, en 2014 Ana Morgade se sonó la nariz con una bandera de España en un sketch de televisión. No pasó nada. Cuatro años más tarde, Dani Mateo hizo lo mismo y acabó testificando ante un juez. ¿Había cambiado la percepción que teníamos de la bandera o estábamos jugando a ofendernos para que no se nos considerara menos patriotas?


- La indignación excesiva (o cualquier otro sentimiento exagerado). Ejemplo: cualquier demanda que hayan puesto los “Abogados” “Cristianos”.


El postureo es un problema porque no se puede mantener un debate público si gran parte de los participantes no quieren contribuir a la conversación, sino solo dejar muy claro que ellos son muy buenas personas. Al final, no hay conversación, sino solo opiniones sueltas dirigidas a que nuestros seguidores vean que somos de los buenos. Y como todo esto se hace con un tono de indignación exacerbado, llega un punto en el que no sabemos si los demás están realmente enfadados por algo o si ese tema no es tan importante como parece por sus reacciones.


Todo este proceso lleva a que las posturas se radicalicen, por temor a parecer unos blandos o a que alguien piense que estamos en el bando de los malos. Y esa es otra: la gente que tiene opiniones diferentes a la nuestra queda identificada con la maldad. No es que tengan otras ideas acerca de cómo solucionar los mismos problemas, sino que hablamos de personas demoníacas que disfrutan viendo sufrir a los demás.


Esto hace que el intercambio de opiniones con personas que piensan diferente (o que simplemente se han equivocado) se vea mediatizado (y caricaturizado) por otros miembros del grupo. Como escribe el profesor de la Universidad de Harvard Cass Susstein en su libro #Republic, las conversaciones profundas que cruzan barreras ideológicas son extremadamente escasas en redes sociales. Y esto está relacionado con otra característica del postureo: esta actitud no es exclusiva de derechas o de izquierdas, pero sí hay más tendencia en las personas situadas en los extremos.


Por supuesto, hemos de tener presente un clásico en cuestiones éticas: nos resulta muy fácil advertir el postureo en los demás, pero, en cambio, no caemos en la cuenta cuando lo hacemos nosotros. Vemos enseguida el exhibicionismo ajeno, pero nosotros solo ofrecemos nuestra acertadísima y mesuradísima opinión.


Es decir, hemos de evitar el error de acusar a los demás de postureo moral, lo que podría ser una forma de metapostureo ("¡el postureo moral es peor que el nazismo y que TV3 JUNTOS!"). Siempre será mejor, aunque más difícil, evitarlo nosotros mismos. Es decir, parar un momento y preguntarnos si estamos contribuyendo a un debate o si simplemente intentamos colgarnos una medallita.


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JAIME RUBIO HANCOCK

Es el editor de boletines de EL PAÍS y columnista en 'Anatomía de Twitter'. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Es autor del ensayo '¿Está bien pegar a un nazi?' (Libros del KO) y de 'El gran libro del humor español' (Arpa).



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